Las tertulias en la mañana, durante el desayuno, eran diarias con ella. Conversamos de muchas cosas, mientras comíamos pan de molde con jalea o paté. Me hablaba de Málaga, sus playas, sus costumbres y su gente. En tanto, le compartí el atractivo turístico de Venezuela. Me salta a la memoria, su sorpresa cuando vio imágenes de los tepuyes que se elevan en el estado Bolívar y la casi traslúcida agua y blanca arena del archipiélago de Los Roques.
Entre tantos temas, le pregunté por las pinturas que decoraban su casa, no había pared que no gozara de al menos un cuadro. Era ella la creadora de esos trazos. No sé mucho de técnica ni géneros pictóricos, soy honesto. Sin embargo, vi la repetición de ciertos temas: naturaleza muerta, naturalismo, y estas figuras de ficción que parecen ángeles. Esta en particular, guarda un significado que el género masculino tarda en valorar: la maternidad. Es este "ángel" que lleva en su regazo un pequeño, con un destino que se escapa al lienzo.
De niño, recuerdo dibujar muchísimo. Solía recrear juegos de plataforma que jugaba en la consola de Nintendo 8 Bits. Sino, hacía mis cómics con historias protagonizadas por héroes que aplastaban a sus enemigos, pocos nudos argumentativos ciertamente, pero había un intento de diagramar y contar historias. Cuando inicié el bachillerato, el dibujo quedó relegado por la llegada de la poesía, la música y el teatro. Mucho aprendí de estas tres bellas artes... y gracias a ellas, marqué mi horizonte universitario: parece que el riel común era la comunicación social.
Años después, sentí la necesidad de rendirle un merecido tributo al excelso arte de escribir. Un lustro consumí en ese proyecto. Luego de tanto escribir y reescribir, hacer y deshacer, llegué a la meta. Estaba listo mi primer poemario. Mi amigo diseñador gráfico, Jover Vargas, le dio cara y estética para el momento de su impresión (no hay fecha todavía...) Lo titulé "Emociones compactas", y, como le contaba a Rosa mientras lo leía en exclusiva en PDF, a qué debe su nombre y sus dos grandes capítulos: Haikus y aforismos.
El primero, inspirado en "rincón de haikus" de Mario Benedetti, quien me permitió conocer la curiosa y diminuta estructura de la poesía japonesa. Y el segundo, porque conjugó dos momentos importantes de mi vida universitaria: incorporarme a una comunidad digital llamada "www.predicado.com" (ya no existe, lamentablemente), donde conocí escritores aficionados que se animaban a compartir sus creaciones literarias (cuentos, poesía, aforismos, por mencionar algunas categorías). Todavía recuerdo envidiar desde mi silencio la popularidad de un usuario llamado "Efecto mariposa". Pocas personas lograban tantas visitas como él, y ciertamente, sus armados gramaticales lograban una fuerza narrativa difícil de explicar. Y esto guardó coherencia con un gesto lúdico y espontáneo de comprar un libro casi al azar, por su portada. Era "Así de frágil es la cosa" de Martin Hopenhayn, un delgado librillo que sumaba entre sus hojas centenares de aforismos existencialistas. ¿Una casualidad más? Tanto la obra de Benedetti, como la de Hopenhayn, fueron publicadas el mismo año: 1999.
Entre tanto código artístico, encontramos cosas en común: la ilusión por contar historias, cada quien a su manera. En ella, veo una creadora genuina, una mujer que con pasión adhiere sus trazos gruesos de colores vivos al soporte. Tiene doce años mezclando colores sobre el lienzo, y le brillan los ojos cuando cuenta que estudiará artes en la universidad. La luz del alma mater le otorgará las herramientas y los saberes, y sabrá ocupar un lugar de honor entre los máximos exponentes de la pintura. Es sólo cuestión de tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario